Mientras atravesamos una aparente crisis en educación es momento de cuestionarse qué estamos enseñando y para qué. No se trata de ir por ir a clases y titularse. La educación debería conectarse con el mundo del trabajo y la vida real.
En diciembre y enero, por motivo de la PAES, hemos visto en los medios escritos la aparición de varias columnas de opinión y editoriales hablando sobre calidad en educación y aludiendo a la deserción escolar y baja titulación, que hoy está en un 40% del total de estudiantes. Desde la pandemia hasta el «estallido social» existen condiciones materiales y sociales en todo Sudamérica que explican en parte los números. Citando los factores que apuntaba CEPAL «factores como la relativización de la importancia de la asistencia por parte de las familias, la flexibilización de las exigencias de asistencia por parte de los establecimientos educativos, una mayor precarización y vulnerabilidad de los hogares y más casos de niñas, niños y adolescentes que han tenido que asumir tareas de cuidado» podemos ver cómo, aun cuando no existiera el COVID, existen problemas estructurales.
En este escenario cabe cuestionarse qué estamos enseñando y para qué estamos empujando proyectos educativos de tales o cuáles caraterísticas. No se trata de ir por ir a clases y titularse como etapa final. La educación debería tener un sentido. El mercado laboral es importante porque es el escenario de la vida real, desprovista de simulacros para el que la gran mayoría se prepara estudiando. Ante un mercado laboral sobrepoblado es fácil entender cómo para muchas familias en Chile la educación se convirtió en una «pérdida de tiempo». En la educación Técnico Profesional parece muchas veces que la formación parece ir por un carril mientras el mundo del trabajo va por otro. Esta desconexión es multifactorial y sus repercusiones afectan al estudiante, al profesor, a la familia y al mundo del trabajo.
No podemos seguirnos gastando en planes de corto alcance, necesitamos estrategias que integren distintas áreas y que ataquen de lleno el sentido de la educación en el mundo de hoy, preparar personas para la vida, lo que incluye el trabajo, y abandonar la noción de que un título universitario o profesional es garante de alguna calidad. Existen numerosos casos que muestran los beneficios de integrar formación con el mundo de trabajo, es un vínculo que abre tremendas trayectorias de vida y acorta brechas entre distintos estamentos en una misma organización. Por eso es tan importante hacer un trabajo en conjunto y amarrar conexiones potentes que tienen todo el sentido cuando hablamos de un país común a todos.